Un año, un atrevimiento por ese flanco le valió un buen tirón de orejas del vicario, que aunque destacó sus bondades como párroco le afeó que se le ocurriese formar parte de una carroza en la que se reproducían escenas de la mansión de Playboy. Juan Carlos solía contar cómo actuaban «en riguroso playback» con aquella agrupación formada por albañiles, jardineros, jubilados y él mismo que únicamente cobraban el gasto del transporte a quien les llamaba para tocar.